La villa de Tobed esconde en su caserío de traza sencilla y el viario de trama irregular una rica historia llena de acontecimientos históricos cuyo reflejo más importante lo constituye el conjunto de elementos artísticos que conserva y que dejan sin habla a todo aquel que visita la localidad.

En un entorno marcado por la belleza de una naturaleza de encinar y retama, Tobed cuenta con uno de los monumentos más importantes del mudéjar aragonés y uno de los más ricos patrimonios artísticos de carácter mueble.

El territorio se presta como testigo silencioso de una historia que se remonta, a partir de diversas interpretaciones sobre la obra del poeta bilbilitano Marco Valerio Marcial, a época romana e incluso se llega a identificar como la ciudad celtíbero-romana llamada Tovenissa, aunque no existen indicios arqueológicos que apoyen a los escritos.

En cualquier caso, la localidad ya existía cuando en la primavera del año 1120 Alfonso I el Batallador conquista la ciudad de Calatayud y a partir de aquí sigue su avance hacia Medinaceli consolidando su conquista con la ocupación por parte de Don Pedro de Luna de todos los pueblos de a Sierra de Vicor, quedando la villa bajo patrimonio real hasta 1144 y bajo la disposición de los Fueros de Calatayud.

La localidad debe fundamentalmente su notoriedad y riqueza patrimonial a las consecuencias acaecidas a partir de la muerte del rey cristiano.

La Orden del Santo Sepucro en Calatayud, heredera de la propiedad sobre los territorios, renuncia a sus derechos en un documento fechado el 29 de agosto de 1141 a favor del conde Ramón Berenguer IV. Más tarde, el conde barcelonés concedería en junio de 1144 a Sancho, siervo del Santo Sepulcro de Calatayud, el lugar de Tobed, entre otras propiedades, junto con sus términos, ríos, poblados y despoblados, y quedando por tanto bajo las ordenes de la Real Casa y la Comunidad de Canónigos del Santo Sepulcro, constituída en Calatayud en el año 1156.

La influencia de la Orden sobre Tobed fue decisiva en su discurrir histórico durante cerca de siete siglos por su distinción como Sede de la Encomienda de la Orden Militar del Santo Sepulcro, y por supuesto esta distinción se materializó en la construcción de obras arquitectónicas tan importantes en el conjunto del patrimonio aragonés como la iglesia mudéjar de Santa María Tobed, el Palacio de los Canónigos y la Iglesia de San Pedro que conforman la fisonomía más característica de la villa que se ha conservado hasta la actualidad realzada por una arquitectura local de austera belleza y elementos de interés como el castillo, la ermita de San Valentín, y la Lonja.

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